21/3/11

Y pasó el tiempo, pero esas ganas de escribir vuelven solas, en cualquier momento y pese a todo lo que pueda pasar en el medio de la historia.
Y es que no hay nada más lindo que dejar fluír las palabras, dejar volar la imaginación y permitirle a los dedos que sean libres de escribir lo que salga. Tenga o no tenga sentido, qué importa.
Y un disfrute inexplicable es el sentarnos a leer un libro y meterse en las palabras del autor, pero viéndolas desde nuestra propia perspectiva. Meternos en una historia imaginada por otro, imaginándola nosotros mismos. Qué loco, qué hermoso. Abrir un libro y al cerrarlo, haber podido viajar lo más lejos posible, a lugares inimaginables e inhóspitos. A lugares que jamás hubiésemos conocido de no ser por esas hojas de papel.
Leer y escribir, dos momentos únicos y hermosos que nos dejan volar y dejar caer nuestros pensamientos más profundos y nuestras ideas más estúpidas. Nos deja conectarnos a la distancia, como así también nos aleja si las palabas no son las correctas.
Porque en cada palabra se esconde una idea, un pensamiento, un recuerdo. Y así, en cada frase está oculta una historia que quedará para siempre en ese papel que tanto nos gusta leer.

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