2/7/10

Con la presión por el piso.

Desde la noche anterior que no paraba de pensar en eso. No me podía dormir porque mi cabeza no podía dejar de dar vueltas alrededor de lo que iba a pasar unas horas después. Porque, por pensar en eso, me agarraba taquicardia y hasta se me cruzaba el quedarme en casa durmiendo y dejar todo eso para más adelante.
Pero no. No podía patearlo para algunos días después. No tenía sentido porque sabía que tenía que ir, sabía que tarde o temprano tenía que pasar por eso, me gustase o no; porque hasta había estado ayunando durante 12 horas. Tenía que hacerlo y cuanto más rápido mejor. Como sabía bien lo que se venía (conozco mi cuerpo y sus reacciones), lo primero que le dije a la enfermera cuando me pidió que me ponga cómoda en el sillón era que tenía miedo (no con esas palabras exactamente, pero esa fue la idea que le quise comunicar). Le conté muy por encima que un tiempo atrás había donado sangre y me había desmayado dos veces, pero, ella, con su tranquilidad de saber que no era su brazo el que iba a estar agujereado, me dijo que eso no era nada, que me quedara tranquila y que no mirara lo que ella estaba a punto de hacer.
Me puso una cinta en el brazo, más o menos a la altura de mi codo, y empezó a buscar mi tímida vena, que, por esas cosas de la vida, parece que también tenía miedo y no quería salir a la luz. La malparida al final salió y lo primero que atiné a hacer fue mirar para el otro lado, porque ya sabía... La simpática enfermera me daba instrucciones de cómo respirar mientras yo iba sintiendo cómo la aguja se iba metiendo lentamente en mi brazo, mientras, al mismo tiempo, mi cuerpo empezaba a aflojarse.
Para mi felicidad, todo fue rápido, y cuando me di cuenta la enfermera estaba sacando la aguja. Y ahi vino lo peor. Esa sensación de algo que sale de mi cuerpo me hace muy mal. Ya de por sí, no estaba para nada calma, pero eso fue la gota que revalsó el vaso. Supongo que mi cara lo decía todo, porque la enfermera lo primero que hizo fue preguntarme cómo me sentía. Le dije que mal, tenía el cuerpo flojísimo y no hacía más que transpirar asi como si recién hubiese terminado de hacer gimnasia. Me dió un algodón empapado en alcohol, cosa que me ayudó a no caer redonda del sillón al piso.
Nunca me puedo dar cuenta si en ese momento el corazón me late a mil o está más lento que nunca. Lo único que siento es que quiero estar tirada en mi cama, cerrar los ojos y que al abrirlos se me haya pasado esa sensación tan fea.
Me tuvo que pasar una servilleta para que me seque la cara, porque eran gotas de agua que me caían de la frente. Esa transpiración fría que te mata. No se sabe si te tenés que abrigar o si es todo calor corporal.
Me levanté, y le dije a la enfermera que me sentía mejor (obviamente sin dejar de pasarme el algodón por la nariz porque, de lo contrario, me hubiesen tenido que atajar mientras me caía). Me senté afuera, en la sala de espera tratando de "despavilarme un poco" para salir de ahi. Realmente me sentía mejor, pero mi cara no diría lo mismo porque todos los que pasaban por ahi se quedaban mirándome, como tratando de descifrar lo que me había pasado.
Por suerte, ya pasó, y no es algo que se haga muy seguido. Pero si hay algo que confirmé hoy, es que las salas de hemoterapia no son mi lugar en el mundo.

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